Por Claudio Méndez Fernández
Hace unos días se conmemoraron ciento trece años del Natalicio y el décimo octavo Aniversario Luctuoso del maestro Alfredo Zalce. Por tal motivo, tuve el honor y el privilegio de participar en un conversatorio con las periodistas Beatriz Zalce, hija del maestro, y Elvira García, conocedora de su obra. Como parte de la difusión cultural que se impulsa en el Estado de Michoacán, en consonancia con la Nueva Convivencia y las nuevas tecnologías, dicho conversatorio se realizó de forma virtual, y está disponible en las redes sociales de la Secretaría de Cultura del Estado, las cuales son una ventana que ofrece al mundo la imparable vida cultural que se realiza en nuestra entidad.
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De lo expuesto en el conversatorio, quedó claro que la principal inspiración del maestro Alfredo Zalce fue la cotidianeidad. Misma que veía todos los días, sin falta, desde la ventana de su estudio, auténtico telón del teatro de la vida que se abría para sus ojos, para verla ser, tal y como lo refirió su hija Beatriz.
No podía ser de otra forma, siendo el maestro Zalce un artista sensible a su
entorno. Así, precisamente fue esa sensibilidad la que lo llevó a participar
activamente en las misiones culturales que el general Lázaro Cárdenas, entonces presidente de México, comisionó para que recorrieran el país entero, llevando el arte y la cultura a todos los rincones de la República. El general y el maestro lo sabían, como los grandes hombres que eran y son: un pueblo culto es un pueblo sensible, y un pueblo sensible es solidario en su quehacer para salir adelante, para desarrollar su potencial.
Artista comprometido con las causas sociales
La mano de las misiones culturales abrió la ventana del maestro Zalce a toda la República Mexicana. Los resultados de este acceso a la gente cotidiana de su país marcó su obra, e hizo de él un artista comprometido con las causas sociales.
Tanto se enamoró el maestro de la gente que pobló el México de su tiempo, su México, que años después, ya viviendo en Morelia, le era ya no solo común, sino necesario, el ir al mercado. Para, rodeado de la gente de todos los días, encontrar inspiración en la vendedora de fruta. Y en general, en las mujeres y los hombres que ofrecían lo que la generosa tierra michoacana tiene para dar a través del trabajo cotidiano en el campo.
La cotidianeidad fue la gran musa de Alfredo Zalce. Y ahí donde un comprador sólo veía vasijas útiles, el maestro vio su siguiente cuadro, su siguiente mural, su siguiente grabado. Ahí donde un turista vio una artesanía, el maestro vio el alma de su gente envuelta en barro cocido. Ahí donde sus amigos vieron a sus hijos, el maestro vio las esculturas de su amor generoso e imperecedero.
Lo que significa ser michoacano
De la ventana de la cotidianeidad, el maestro Zalce extrajo la conciencia de lo que significa ser michoacano, de lo que significa ser mexicano. Y así como el maestro abrió infinidad de ventanas hacia el país que le tocó vivir, así también nos legó su obra, auténticas ventanas inmanentes al arte de uno de nuestros creadores más ilustres.
Ni duda cabe. Los cuadros, los murales, las esculturas que nos legó Alfredo Zalce son ventanas que nos dejan ver no ya tan solo el México que él mismo vio. La obra del maestro nos permite comprender lo que su sensibilidad artística percibió. Para el goce estético de su querido pueblo mexicano en general. Y para orgullo de sus amados hermanos michoacanos en particular.
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