Que vuelva a dar vergüenza ser facho

Por Heriberto Mejía

En aquel entonces el fascismo persistió, aún en países ajenos a Italia, como en México, con el comité ejecutivo nacional del partido acción nacional, cuya dirigencia militaba activamente en el partido fascista italiano, y que finalmente les dio pena ser “fachos” hasta que estos fueron derrotados en el campo de batalla, no solo por la fuerza bruta de las armas, sino por el inmenso peso y el prestigio casi “sagrado” que el ejército cargaba en aquellos tiempos, una institución que encarnaba “el orden”, el “honor” (lo digo concierto sarcasmo) y la “estabilidad”, (lo que suele generar un profundo sentido de admiración en los sectores de derecha) algo que hoy parece desvanecido en el aire de la globalización y la postmodernidad. Ahora, en este mundo nuestro, las guerras que “verdaderamente importan”, las que definen el rumbo de las naciones y de nuestras vidas, ya no se libran con tanques y fusiles, sino en los mercados, en las bolsas de valores y en los flujos de capital que cruzan fronteras invisibles. Son las “guerras económicas”, aquellas batallas silenciosas pero igualmente devastadoras, donde el enemigo no lleva uniforme y la victoria se mide en cifras y en el control de recursos.

Justo donde nos encontramos, atrapados en este “bucle” de consumismo, en un ciclo interminable de deseos y necesidades creadas, donde cada compra parece ser un pequeño “triunfo personal”, pero que, en el fondo, nos encadena a un sistema que no podemos (o no queremos) detener. Es como si hubiéramos perdido la brújula, navegando por la vida sin rumbo en un mar de ofertas y publicidad, mientras el mundo se desmorona a nuestro alrededor…
Sí, es un propósito noble acabar con el fascismo, aunque muchas veces parecen planteamientos “Hegelianos”, dónde las condiciones materiales cambiarán sin distinción para todos a partir de la difusión de ideas. Pero en muchos casos carentes de la búsqueda de acciones directas para encontrar un sentido más profundo, de trascender esta lógica de consumo, “cosificación” y conflicto. Pero, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo romper con esta inercia que nos arrastra, casi sin darnos cuenta, hacia un abismo de desigualdad y desesperanza?

Lo veo como un proceso complicado. Tal vez sea porque, en el fondo, somos prisioneros de nuestra propias “necesidades narcisistas” muchas veces sustentadas en fantasías “inoculadas” y de esa “dialéctica” que nos empuja a avanzar, a crear, a destruir y a reconstruir de manera “resiliente”, pero que también nos condena a repetir los mismos errores una y otra vez. Sin embargo, en medio de esta complejidad, en este laberinto de contradicciones, quizás haya una pequeña “anomalía” de esperanza, una posibilidad de cambio. Y tal vez, ese sea el verdadero triunfo: no rendirnos, seguir buscando aquella praxis anhelada y continuar resistiendo en aquella “subjetividad replicante”, incluso cuando todo parezca perdido.
(Admito que el final de este texto me parece un poco “acelerado” y “abrupto”, y esto es debido a que no tengo una propuesta de “solución” concreta a estos dilemas, pero la sigo buscando… Si llego hasta este punto en el texto, le agradezco su atención).

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