¿Prohibido prohibir?

Por Ar Mendoza

Un sábado por la mañana de hace tiempo, me encontraba recorriendo la calzada de San Diego de la capital michoacana, eran aproximadamente las 12 del mediodía, recuerdo que aquella vez había decidido ir a caminar por el centro histórico dado que es una actividad que encuentro sumamente relajante. Sin embargo, aquella ocasión me llevé una sorpresa porque había un sinfín de puestos ubicados a partir de la escuela primaria Motolinia, hasta la cercanía con Las Tarascas.

Aquello era una locura, pero una locura diferente, de aquellas que te llaman la atención y que sin duda quieres ser parte de ellas; a lo lejos vi un bazar, cabe resaltar que nunca había visto tantos reunidos en un solo lugar. Aquel establecimiento vendía ropa, accesorios y juguetes de Star Wars, me atrajo porque soy un fiel seguidor de dicha saga desde hace muchos años. Pregunté por una camiseta que tenía impreso al Halcón Milenario en la parte de enfrente, el emprendedor me contestó que costaba 70 pesos… el precio me sorprendió, me pareció sumamente barato y la compré sin dudarlo, el hombre de no más de 22 años me regaló un sticker con el nombre y las redes sociales de su negocio, me comentó que actualizaba su “stock” cada jueves. Le agradecí y seguí mi camino. Soy uno de sus seguidores desde entonces…

Continué caminando, vi a gente que vendía muchas cosas: ropa, plantas, accesorios, stickers, pasteles y juguetes; todo envuelto en un ambiente cálido, relajado y de buena vibra. Mi curiosidad siguió latente por varios minutos hasta que pregunté de qué trataba todo eso. Un conocido de hace muchos años me saludó, me invitó a su bazar y me contó que se trataba de la “revolución económica” que tanto se estaba buscando, un paraíso donde no existían horarios, jefes o estrés, trabajabas a tu ritmo, no pagabas renta y usabas las redes sociales para ofertar tus productos. Aquello parecía ser un cuento de hadas.

Sin embargo, mi curiosidad iba más enfocada a cuál era el proceso para instalarse en plazas públicas, ahí fue donde me comentó que de vez en cuando las autoridades municipales y estatales facilitaban los espacios a través de asociaciones, organizaciones o emprendedores que solicitaban todos los permisos para llevar a cabo dichos eventos, con el objetivo de ayudar a generar ingresos extras a los vendedores. Al inmiscuirme más, me explicaron también que al ofertar ropa antigua o de segunda mano contribuían directamente a mejorar la calidad del medio ambiente y a evitar el consumo excesivo que se vivía en Morelia, lo que parecía ser una especie de sociedad que buscaba la revolución desde distintas aristas.
Después de eso veía bazares en distintos puntos de la ciudad con más regularidad, sobre todo en espacios públicos, ya que yo solo había asistido a lugares cerrados como bares y restaurantes donde se ponían a lo mucho 10 bazares. Me pareció algo novedoso, incluso a la postre muchos candidatos a diferentes cargos de elección popular organizaban vendimias para captar el voto de aquellos que habían enfrentado problemas económicos durante la pandemia.

Porque como es obvio, en tiempos de campaña todos los aspirantes son buenos, sabios, te extienden la mano y prometen ayudarte, respaldarte y ver la forma de apoyar tu emprendimiento. En esos momentos las prohibiciones estaban fuera de foco.

Sin embargo, estos últimos días ha llamado mi atención que las autoridades municipales hayan puesto restricciones a los bazares morelianos; argumentando que venden juguetes sexuales, ropa usada y en algunos casos hasta prohibiendo instalarse en lugares públicos como si éstos fueran privados.

Quizá para los que nos tocó ver los portales, la cerrada de San Agustín y varios monumentos históricos de Morelia llenos de ambulantes, nos traiga malos recuerdos ver gente instalada en sitios como esos, pero generalmente los bazareños se agrupan una vez a la quincena, por lo que no debería de haber ningún problema al respecto.

No obstante, lo que sí encabrona es que haya tanta disparidad para ciertas cosas; por una parte, el Ayuntamiento moreliano actúa en contra de aquellos que con permiso de la misma autoridad se establecen cada 15 días en determinado espacio, pero para aquellos que son ambulantes fijos que diario obstaculizan las banquetas en frente del Mercado Independencia, llegando hasta el Coppel de la Avenida Lázaro Cárdenas no hay sanción alguna.

Las autoridades capitalinas mencionan que es por los productos que se ofertan en los bazares que se han visto en la necesidad de restringirlos, pero los ambulantes continuamente venden piratería y alimentos que necesitan gas para ser preparados, lo que incluso podría ocasionar un accidente mayor.

Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos sabemos que las autoridades municipales no actúan en contra de los vendedores ambulantes porque éstos están organizados y retirarlos supondría un enfrentamiento violento en el que el ayuntamiento saldría perdiendo al menos en lo mediático.

Alguna vez le escuché al presidente Andrés Manuel López Obrador recitar una frase que decía “prohibido prohibir”, un dicho utópico que dista mucho de la realidad que acontece dentro de la capital michoacana.

Puesto que las grandes organizaciones son las que tienen cautivas el progreso de Michoacán, al menos en lo económico.

No solamente pasa en el comercio informal, también en el transporte público, ya que el constante hostigamiento hacía los choferes de la plataforma Uber por parte de la Comisión Coordinadora del Transporte Público del Estado de Michoacán (Cocotra) es el pan de cada día. Lo cual afecta directamente en la independencia financiera de aquellos que optaron por adscribirse a una aplicación digital para trabajar honradamente, pero esa ya es otra historia que seguramente pronto se contará en Tinta y rebeldía.

Ahora se hacen llamar “perseguidos políticos”