La “eterna adolescencia” como herramienta del capitalismo tardío

Por Heriberto Mejía Cruz

El discurso contemporáneo promueve una suerte de “eterna adolescencia”, disfrazada de empoderamiento o libertad personal, pero que en realidad opera como un mecanismo de despolitización y alienación. Esta narrativa no solo ignora las condiciones materiales que imposibilitan la formación de familias (como la falta de vivienda digna, la precariedad laboral y la ausencia de seguridad económica), sino que además individualiza un problema estructural, convirtiéndolo en una mera cuestión de elección personal.

Se nos vende la idea de que “aún hay mucho por vivir”, como si la realización personal dependiera únicamente de experiencias efímeras y del consumo constante, en lugar de la construcción de proyectos colectivos y duraderos. Este relato fomenta una dinámica de descartabilidad humana, donde las relaciones se vuelven transaccionales y las personas, meros objetos reemplazables.

Convirtiendo a la familia como una amenaza al consumismo, porque cuando alguien forma una familia, deja de vivir exclusivamente para sí mismo: sus recursos, tiempo y energía se redirigen hacia lo común, hacia “los suyos”. Esto entra en conflicto directo con la lógica del capitalismo tardío, que necesita individuos atomizados, consumiendo de manera impulsiva y caprichosa, sin ataduras que limiten su capacidad de gasto. ¿Qué ocurre, entonces, con quienes no encajan en este modelo?

Surge el fenómeno del “chavoruco” (adultos que, a pesar de su edad, insisten en permanecer en una juventud “performativa”), no por genuina satisfacción, sino por la presión de un sistema que penaliza la madurez estética. La angustia que experimentan no es solo existencial, sino ideológica: el mercado les ha vendido la idea de que envejecer es un fracaso, mientras que la verdadera juventud (inalcanzable para la mayoría) se convierte en un privilegio de clase, sostenido por cirugías, tratamientos de rejuvenecimiento y un consumo de productos sumamente exclusivos.

Sometiéndonos al mito del “reinicio perpetuo” a la retórica del “renacer”, “reinventarse” o “empezar de cero” (tan celebrada en la cultura de la autoayuda y el emprendimiento) y que es, en el fondo, una trampa. Porque no se puede madurar en un sistema que premia la inmadurez. La constante reinvención no es sinónimo de crecimiento, sino de una adaptación forzada a un modelo que nos impide “echar raíces”, comprometernos y construir algo que trascienda al individuo.

Mientras el capitalismo siga necesitando consumidores eternamente insatisfechos, la NEOTENIZACIÓN social (Esa prolongación artificial de la adolescencia) seguirá siendo un negocio rentable. Pero el costo lo pagamos todos: una sociedad cada vez más fragmentada, donde lo colectivo se diluye en pos de un hedonismo vacío y donde el paso del tiempo, en lugar de ser asumido con dignidad, se convierte en una fuente de ansiedad y mercantilización.

La verdadera rebelión, entonces, no está en negar la madurez, sino en rechazar un sistema que nos infantiliza para explotarnos mejor.

¿Cuándo vas a madurar si te la pasas “renaciendo”, “reinventándote” y “reiniciando desde cero” constantemente?

Chat GPT “gasta” más discursos moralistas que agua.