Por Rafael Calderón
Ya transcurrieron tres meses de la muerte del poeta Gaspar Aguilera Díaz (1947-2021), que sucedió en la ciudad de Morelia y el silencio institucional tanto por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), donde impartió clases de literatura por más de dos décadas, como por la Secretaría de Cultura de Michoacán (SECUM), en donde desempeñó varias responsabilidades y desde donde fue fundamental su actividad como poeta y gestor cultural y su desempeño al frente del departamento de literatura en tiempos del Instituto Michoacano de Cultura (IMC); pues nada se sabe en favor de su obra ni como reconocimiento a su trayectoria y contribución a la poesía michoacana. Para decirlo rápido: es el poeta más universal de la poesía michoacana desde hace 40 años. Este panorama puede cambiar si la SECUM o la misma UMSNH mostraran altura de miras. Hay mucho por hacer: editar su Poesía Reunida –por ejemplo– en un tomo elegante, con precisión compilatoria, de gran impacto en el diseño editorial, que sea ejemplo de un verdadero homenaje nacional; y si de motivos se trata pues hay que recordar que se cumple medio siglo de que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) publicara su primer título de poesía: Informe de labores; hace 40 años salió por las prensas del IMC ahora SECUM la edición de su fundamental título de poemas Pirénico.
Es, pues, sorprendente que la dependencia estatal de cultura con una infraestructura para actividades artísticas y literarias y determinante para incentivar, promover, difundir y rescatar obras y autores aún no tiene visión más allá de su marasmo burocrático y sigue con los espacios vacíos y sin promover, difundir e incentivar la creatividad artística y sus autoridades también siguen en la inercia heredada. Esto es visible desde la dirección de promoción y difusión, lugar donde se encuentra el propio departamento de Literatura y ambos espacios de la Secum pareciera que en efecto nada pueden hacer y todo lo reducen a que no tiene presupuesto. Hay que observar que son lugares de la cultura y las letras con programas inexistentes de acciones y siguen careciendo de acierto: nada hacen más allá de garantizar para sí la nómina mensual (¡sirve de algo esto para el arte y la cultura, la literatura, en particular de la poesía michoacana?).
Es verdad, el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla recibió el estado en una situación deplorable y es obvio que la SECUM no está exenta, pero insisto, pareciera que la dependencia cultural, la dirección a la que pertenece el departamento de Literatura y éste mismo, prefieren seguir en la inercia heredada, sin tino gubernamental, pero ahora, además, da la impresión de que no tienen ni idea de la riqueza cultural para reinventarse. Ante estas circunstancias, lo que podrían hacer es tener altura de miras y ejercer la función cultural con un Plan de Cultura y que rompa esa inercia tan lamentable. Más ahora, que se han cumplido 100 días de que dio inicio formalmente esta administración. Pero si no se corrige esto, todo empeorará, sin duda, se profundizará la crisis. Ya es oportuno decir que no se olviden que los escritores, ya que con su obra aportaron grandes momentos a la literatura y las letras y no las direcciones y departamentos de literatura. Estos espacios pueden dejar de existir en la nómina, y los creadores sin estos espacios burocráticos pueden sobrevivir, pero cuando se tienen una dirección y dentro de ésta el departamento de Literatura y en nombre de la literatura se les paga con dinero público, es cuando llama la atención su existencia y que por su inacción se les pague con recursos públicos y más cuando estos son escasos, es lo verdaderamente lamentable.
Soy de la idea de que debería rendírsele a Gaspar Aguilera Díaz un homenaje nacional y voy exponer las razones basadas en su obra de porqué es necesario un homenaje así. Pero, si la administración de la propia SECUM no puede que, por lo menos a los creadores y la sociedad civil organizada, permita el usufructo de su infraestructura y los recintos culturales para organizar desde ya estos trabajos y lanzar en el escenario nacional la invitación a leer, conocer y divulgar la poesía de un autor como el propio Aguilera Díaz y de otro muchos que en Michoacán son legión y, estoy seguro, en el caso de Aguilera Díaz entre los de su generación es uno de los mejores y su presencia es sólida para estos años del siglo veintiuno.
***
Para muestra un botón: la obra poética de Gaspar Aguilera Díaz (Parral, Chihuahua, 20 de octubre de 1947- Morelia, Michoacán, 7 de noviembre de 2021) es amplia y definitoria, muestra que es dueño de un estilo muy particular con los títulos publicados a lo largo de su carrera y tiene reconocido un lugar en la poesía contemporánea. Con su muerte, dolorosa y a la vez difícil de superar, cierra un ciclo de larga y afortunada trayectoria de la poesía desde Michoacán y el registro de su nombre es amplio para terminar por ubicar su presencia en las letras mexicanas.
Los primeros poemas de su obra permiten ir a los años setenta del siglo XX y estos existen y le otorgan un punto de encuentro muy interesante. El primer título de su poesía es nada menos que aquel que lleva por nombre Informe de labores. Por eso, ante ese universo literario –recuerdo-, a lo largo de medio siglo publicó alrededor de una docena poemarios y sin excepción encierran una escritura precisa e inteligente, emotiva, de un estilo muy personal. Quizás, el más visible y definitorio para mí, en primer lugar, es Pirénico. Lo publicó en 1982. Entonces su autor contaba 35 años. Podría decir que en éste, es visible el universo de su poética y contiene el punto de partida de la madurez. Escribe y describe los temas que lo acompañaran en sus más diversas exploraciones: el erotismo, el amor, los viajes, la música. Para entonces transitaba la mitad del camino de la vida y se percibe con entereza su emotiva capacidad con la escritura.
Los títulos de su poesía son varios, además, resulta oportuno recordar que también fue un excelente promotor cultural, pero antes hay que precisar que estudió la carrera de derecho (como varios escritores mexicanos: Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Octavio Paz…); solo que Aguilera Díaz la cursó en la UMSNH con otros de su misma generación como José Mendoza Lara y Fernando Ramírez Aguilar. En 1974, crea justamente con éstos dos y Gustavo Chávez y Hugo Aguilera el taller literario y fundan la revista Pireni en la misma casa de estudios; participó Aguilera Díaz en muchísimos encuentros y festivales de poesía, destacando su participación en el legendario y Primer Festival Internacional de Poesía Morelia 1981, convocado en primer lugar por Homero Aridjis; asimismo, hay que destacar su participación en varias sesiones del Encuentro de Poetas del Mundo Latino, que durante una década se realizó en la ciudad de Morelia (2002-2011) y con el retorno efímero del encuentro a la ciudad en el 2017 se le rindió un merecidísimo homenaje por sus 70 años. Pero antes, bien vale la pena traer a la memoria que en 1966 siendo muy joven llega a vivir a Morelia, e inicia a estudiar en el Colegio de San Nicolás, y desde esta ciudad se lanza al encuentro de la poesía; leerá a los autores que lo van a marcar de por vida, organiza con la complicidad de José Mendoza Lara y de otros amigos a lo largo de su vida y en diferentes fechas sendos homenajes a escritores como José Revueltas, Octavio Paz, Jaime Sabines y José Emilio Pacheco, destacando también Juan Bañuelos y Marco Antonio Campos; estas actividades literarias suceden agraciadamente bajo el denominador común de la poesía.
Así que hay que afirmar que su poesía tiene la entereza para nombrar y explorar el erotismo, el sustrato del amor, la vida cotidiana, las circunstancias mismas del viaje; goza y hace gozable el lenguaje con un estilo muy personal: conversacional y coloquial, preciso y musical; la libertad del lenguaje es parte de esa entonación que entraña la íntima metáfora de sus versos y es profundamente humana la exploración que practica en su escritura.
Y por un título como Los ritos del obseso permite reconocer una vez más que su poesía está en movimiento; va acompañada por un prólogo-poema de José Emilio Pacheco. Así que estás páginas confirman la huella del destacado lector, sobre todo, de los autores que son parte de su presencia recurrente y de la amistad y el diálogo como sucede precisamente con Pacheco; coincidencias por temas como el amor y el erotismo con Sabines y Octavio Paz; su infinita admiración al cronocopio de ese universo literario que es Julio Cortázar.
Debo decir que es un autor que se ganó el aprecio de distintas generaciones de poetas y lectores por su personalidad jovial y amigable, extendía siempre su mano franca como ejemplo de la amistad sincera y entrañable; es Aguilera Díaz un poeta que perdurará en el imaginario de sus amigos y de la poesía. La amistad fue parte esencial de su diálogo. De ahí que ahora quiero sintetizar su presencia a la manera de Octavio Paz para afirmar que su poesía es “júbilo… en renovada gracia”.
Con el curso de los años, los títulos de su poesía, fueron aumentado. Para el fin de siglo, Los ritos del obseso resulta ser una obra imponente –primero como título individual de 1985 y después como selección de varios poemarios, en 1999–, por esos mismo años, registra el itinerario muy particular de sus viajes al extranjero y las visitas a ciudades entrañables de su poesía, como La Habana y Praga. Pero de Los ritos del obseso hay que decir que permite llegar a conclusiones casi definitorias y comprender que para el fin del siglo XX es visible esa huella personalísima de su escritura. Asimismo apuntar que es una obra determinante, si, desde donde se puede reconocer la madurez de su voz, percibir dónde y cómo evoluciona su lugar en una generación tan diversa como son todos aquellos poetas que nacieron en varias partes del país, pero que en su mayoría, terminan situándose en la Ciudad de México –salvo casos específicos que se quedaron en provincia– como Aguilera Díaz en Morelia, y desde ésta, escribe y percibe dinamitar el lenguaje, explora con el verso el cuerpo maravilloso de la mujer, canta en sendos versos a la amada y escrudiña el alma de la pasión humana, pero se declara dueño de la voz de múltiples colores y se pueden situar imágenes y cantos, la sonoridad del erotismo y lo amoroso; todo sucede como un cúmulo de giros: es visible, sucede esto, sin repetirse, ni quedarse inmóvil. Es su muy particular estilo para reinventar sus metáforas.
Para completar un recuento por los títulos de su poesía: es también autor de Zona de derrumbes (1985), La ciudad y sus fantasmas (1992), Tu piel vuelve a mi boca (1992), Liebe, Standt und Vergessen [El amor, la ciudad y el olvido] (Edición bilingüe alemán-español, 1994), Diario de Praga (1996), Los últimos poemas de Dante (2005), Paisaje a medio cuerpo (2007), Coloraturas y silencios (2010), Presencia del naufragio (2019), El malecón y sus presagios (2021); así, finalmente, terminaré citando los versos definitorios a su biografía y que le dedicará José Emilio Pacheco: “…tu poesía es de aquí y de ahora. / Escribes por nosotros, / para nosotros” y “dices lo que quisiéramos decir. / Sentimos nuestros / tus edenes y tus infiernos”. Así que este breve recorrido, por mi parte, lo cierro con el poema “El malecón y sus presagios” y deleitar el oído y reconocer su estilo:
Quiero morir
una noche de agosto
bajo el muelle de la Habana Vieja
que mi cuerpo
golpeado por las rocas
acompañe a las parejas que se tocan
bajo la aliteración
de las olas en su violencia nocturna.
Morelia-León. 7 de febrero del 2022.