Por: Ar Mendoza
Es indudable que los mundiales de fútbol siempre atraen la atención de millones de personas; hacen olvidar temporalmente los problemas que viven las naciones y concentran el clamor popular en torno a un balón. El próximo domingo la pelota rodará en oriente medio con un incipiente Ecuador en contra de Qatar, un país cuestionado por comprar la sede de la copa del mundo, según la revista France Football y por la violación constante de derechos humanos.
Decía Juan Villoro que “lo más sucio del fútbol nunca ocurre dentro de la cancha; ocurre en el palco de los directivos”. Quizá no exista frase más acertada para definir lo que representa Qatar como sede; donde incluso explotaron laboralmente a migrantes de los países más pobres del mundo para construir los estadios que albergarán distintos encuentros del mundial, según varios medios de comunicación a nivel global.
La hipocresía es una palabra que define y desnuda totalmente a la FIFA. Hace un par de días Gianni Infantino, presidente de dicha organización, en la cumbre del G20, pidió un alto al fuego en Ucrania al menos el mes en el que se disputa el mundial. No me parece una mala idea, pero lo que me llega a sorprender es que la misma FIFA haya decidido expulsar a Rusia de Qatar 2022, siendo que los deportistas poco o nada tenían que ver en el conflicto bélico.
La FIFA tiene unos parámetros raros para decidir quien juega o no una copa del mundo, medidas que parecieran alinearse únicamente a sus intereses políticos y comerciales y no a la masificación del futbol como parte del bienestar mundial, puesto que Estados Unidos de América, un país invasor a grandes latitudes, nunca fue castigado ni vetado de la justa mundialista; por el contrario, lo asignaron como próximo organizador en el 2026, desajustando los elementos con que dicho organismo mide la “justicia social”.
El tema deportivo no es ajeno al político; el documental de Netflix ‘FIFA Uncovered’, menciona que hay “una palabra moderna para los regímenes crueles e injustos que se embellecen a sí mismos o limpian su imagen a través de la asociación con el deporte… esa palabra es sportswashing”, ya se vivió en la el mundial de Argentina 78 con la dictadura de Jorge Rafael Videla o en los juegos olímpicos de Berlín en 1936 con Adolfo Hitler, o en este caso con Qatar.
Incluso el evento mundialista, ya sacó lo peor de algunos políticos, en días pasados el ex presidente argentino, Mauricio Macri, afirmó que los jugadores alemanes pertenecían a una raza superior al ser cuestionado acerca de los favoritos para levantar la copa del mundo.
De hecho, hay selecciones de futbol que se han manifestado en contra de la sede de este año como Dinamarca, la cual llevará uniformes con el escudo de la federación y el logotipo de la marca Hummel desdibujados en señal de protesta por la violación de derechos humanos. “No queremos ser visibles durante un torneo que les ha costado la vida a miles de personas. Apoyamos a la selección danesa hasta el final, pero no es lo mismo que apoyar a Qatar como país anfitrión”, mencionaron.
En cuanto a México… el mundial será un factor del fomento del patriotismo y fanatismo, sin embargo, el gusto por el deporte más bello del mundo será un imán para los que apreciamos ver a nuestro país triunfar. Quizá porque el mundial está lleno de matices y de claroscuros que nos llevan a odiarlo, pero a la vez a amarlo.
Ojalá que todo en la vida se definiera en el campo de juego y no en el campo de batalla.
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Una historia de mala memoria y poca vergüenza