Por Hugo Rangel Vargas
El expresidente ecuatoriano Rafael Correa hizo popular un concepto que en 2015 expuso el argentino Rafael Ton y que denominó el síndrome Doña Florinda. Inspirando en la serie de “El Chavo del Ocho”, el escritor sudamericano describe el patrón de comportamiento de determinado sector de las sociedades latinoamericanas. Doña Florinda ejemplifica a aquellos grupos sociales que se sienten más cercanos a una clase social a la que no pertenecen y defienden los privilegios de esta aun cuando no los tienen. Para Doña Florinda, su ligera diferencia de ingresos le da la prerrogativa nimia de llamar “chusma” a Don Ramon y de votar por gente ‘decente’ como el capitalista tierno del señor Barriga.
En sus recientes conferencias matutinas, el presidente López Obrador ha colocado en el centro de la discusión un tema que algunos analistas han identificado como la nueva obsesión o el nuevo adversario de la Cuarta Transformación: las clases medias. Sin embargo, el tabasqueño ha fustigado de manera clara a una clase media en específico, esa que se asemeja a la Doña Florinda frívola, deshumanizada y hueca; señalando que la aspiración del nuevo régimen es la construcción de una nueva clase media más humana, solidaria y fraterna.
El demonio que López Obrador pretende exorcizar en nuestro país, llegó a Brasil con la cuasi milagrosa emergencia de una clase media más amplia hace algunos años. Sin embargo, esos antiguos pobres que escalaron de grupo social con la llegada de los gobiernos de izquierda de Lula y de Rousseff, pronto abrirían las puertas del Palacio del Planalto al gobierno autoritario y regresivo de Jair Bolsonaro. La nueva clase media, votó mayoritariamente por un gobierno de derecha que amenazaba con regresar a las políticas públicas que les hundieron en la miseria durante años.
Hoy, el presidente brasileño mantiene su simpatía mayoritaria entre los antiguos seguidores de Lula, gracias a los bonos de emergencia que está haciendo llegar a los brasileños más afectados por la pandemia, transferencias que, sin embargo, están desvestidas del proceso de empoderamiento ciudadano que trazaron los anteriores gobiernos petistas.
Es claro que la continuidad de la Cuarta Transformación al frente de los destinos del país dependerá sustancialmente de los éxitos del gobierno del presidente López Obrador, pero, sobre todo, de su capacidad para consolidar una nueva escala de valores entre quienes logren mejorar su calidad de vida a partir de los programas que el nuevo régimen ha instrumentado y que pretenden subsanar una deuda histórica con millones de mexicanas y mexicanos que eran invisibles durante el neoliberalismo.
El presidente López Obrador ha dejado entrever que es necesario dar una vuelta de tuerca adicional a los denominados programas de bienestar: hacerlos evolucionar de acciones de combate a la miseria a través de transferencias, a mecanismos de formación de ciudadanía que lleven a la creación de una nueva conciencia histórica. Sin ello, las políticas públicas de la Cuarta Transformación tendientes a la sustraer de la pobreza a millones, podrán crear una nueva clase media, superior en número, pero carente de conciencia de clase y llena de Doñas Florindas incitando a sus críos a vilipendiar a sus prójimos como: “chusma, chusma”.