por Enrique Cervantes Ponce
Si al presidente algo le incomoda, es cuando se le cuestiona. Para él, no existe la crítica constructiva, la oposición genuina ni la disidencia legítima. Le cuesta trabajo entender cómo alguien no puede estar completamente a favor de la 4T. Y tenerle la confianza para un cheque en blanco entregarle con fe.
De esta manera, a quienes han reclamado el abasto de medicamentos, asegura que lo hacen porque se niegan a perder sus privilegios. A quienes han suplicado que cese la inseguridad, dice que buscan manchar la investidura presidencial. Quienes han exigido transparencia y rendición de cuentas, les revira preguntándoles dónde estaban cuando gobernó el presidente Calderón o Peña. Y a quienes marchan por las miles de mujeres asesinadas, las califica de conservadoras infiltradas.
Así, atado al muro de la ignorancia que lo limita, a la insensibilidad que lo caracteriza y a la soberbia que lo paraliza, lo ha llevado a mostrarse indiferente, entre otros reclamos, frente a la lucha feminista. No la entiende pero tampoco la quiere entender. La considera una reacción de la oposición que busca desestabilizar su gestión y no logra acomodarse en su agenda de transformación.
Por eso antes de hablar del alza brutal de los feminicidios a nivel nacional, prefirió hablar de la rifa del avión presidencial. Por eso el mensaje a las millones de mujeres víctimas de una agresión sexual no fue que el gobierno las apoyaba, sino que por favor las puertas no pintaran; por eso en lugar de solidarizarse con quienes han sufrido violencia doméstica, salió a decir que el 90% de las llamadas que la denuncian no eran verídicas.
“Presidente más feminista de la historia”
Y no sólo eso, el “presidente más feminista de la historia”, según el ranking de la Secretaria de la Función Pública, ha decidido emprender acciones. Y tomar decisiones que vulneran y socavan la larga marcha. Que desde hace décadas encabezan millones de mexicanas. Desapareciendo las estancias infantiles y diciendo que los abuelos están para la crianza, quitando las escuelas de tiempo completo para las madres que trabajan jornadas largas, eliminando el presupuesto de los refugios para mujeres orillándolas a ser revictimizadas. Y permitiendo que un presunto violador pueda llegar a ser gobernador a pesar de cinco denuncias presentadas.
Habrá quien quiera argumentar, aún así, que el presidente es un aliado feminista de verdad, enumerando la existencia de la paridad en el Congreso Federal, producto de una reforma presentada un sexenio atrás. O la exigencia de que en siete de las quince gubernaturas será una candidata la que competirá, directrices provenientes de un instituto al que el presidente ha llegado a despreciar, o que hoy en día hay por primera vez un gabinete integrado por mujeres a la mitad. Sin embargo, si bien sólo este último es producto de la administración actual, de qué sirve si el Ejecutivo Federal no las toma en cuenta y ni siquiera se da el tiempo de poderlas escuchar por la concentración de poder que ha llegado a acumular.
Enemigo adentro
Lamentablemente, México sigue siendo el país en donde mueren 10 mujeres al día. En donde la brecha salarial entre hombres y mujeres sigue siendo abismal. Y en donde una mujer no se atreve a denunciar por temor a la misma autoridad. Así, mientras la violencia de género va en aumento, a las mujeres las continúan desapareciendo. Y la impunidad sigue prevaleciendo, el gobierno erige un muro de protección sin darse cuenta de que el enemigo lo tiene consigo ahí dentro. Tiempo atrás, Donald Trump aseguró que México pagaría por el muro y no se equivocó. Lo que no se sabía es que no sería en la frontera con el país vecino sino en el zócalo capitalino.
Ojalá el presidente pronto entienda que la lucha feminista no es un distractor, sino una demanda de urgente resolución. Al final, el muro que prevalecerá será la que las mexicanas le pongan a él y a su partido en la próxima contienda electoral.
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