Por: Ar Mendoza
Generalmente no soy un seguidor asiduo de Carlos Loret de Mola ni del medio de comunicación LatinUs; su contenido siempre me ha parecido sesgado y poco parcial, sin embargo, debo admitir que algunas entrevistas tienen un gran contenido para el análisis político, social y económico del país. Llamó mi atención la conversación que el comunicador sostuvo con la senadora Lilly Téllez, una creación política de Morena, que hoy paradójicamente engrosa las filas de Acción Nacional.
Conforme fue transcurriendo la entrevista, me sorprendieron dos cosas: la primera el destape de la legisladora a la presidencia de la república y la segunda la estrategia que está emprendiendo a través de un discurso de odio, el cual intenta permear en cierto sector de la sociedad y que refleja claramente lo que Umberto Eco expresaba: “hoy y a futuro, hay tantos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de que los vean y hablen de ellos, que pasan de la estupidez a la locura”.
En más de una ocasión, la senadora ha sido objeto de críticas por comentarios racistas y gordofóbicos hacia legisladores de la 4T; a Noroña, diputado del PT lo ha llamado “Changoleón”, a la secretaria general de Morena, Citlalli Hernández, la ha tildado de “cenadora” en referencia a su sobrepeso.
El discurso de odio merece especial atención por sus implicaciones sociales, culturales, políticas, educativas e incuso históricas. México había estado exento de estos, a diferencia de países donde la derecha radical comenzó a posicionarse en el reflector electoral gracias a sus arengas encaminadas en la división, la animadversión y el rencor hacía grupos sociales determinados desde hace varios años.
En distintos puntos de América hemos sido testigos de que los discursos de odio han aumentado gradualmente. Hace algunos años, Donald Trump triunfaba en buena parte gracias a su alegato en contra de los latinoamericanos, lo que generó una división en contra de una buena parte de los que no querían más migración, ni competencia en distintas áreas de trabajo y aquellos grupos que pregonaban su racismo en un ámbito muy “underground”.
De igual manera, no podemos olvidar que Jair Bolsonaro ex presidente de Brasil, agrupó las ideas de odio, donde pasó del plano mental al plano fáctico en un país donde al igual que en México, la delincuencia y el crimen organizado obstaculizan a la sociedad para desarrollarse económica y socialmente.
Los elementos significativos en el discurso de odio generalmente están acompañados de promesas que enarbolan la represión con base en una justificación; es decir, “el fin justifica a los medios”, de hecho, la mayoría de estos, prometen tranquilidad para las mayorías y contención para las minorías.
Me parece que los discursos de odio lejos de haberse extinguido, regresarán con más fuerza; dado que en muchos países han generado una división dentro de la sociedad que los ha llevado a ocupar escaños importantes en la toma de decisiones. Lo cual, es sumamente peligroso, ya que, en un entorno mundial, nacional, estatal y regional tan polarizado; pueden ser un factor de ruptura social.
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