“¿Quién eres?”, es una de las frases que más se repite en los primeros capítulos de la cuarta temporada de Westworld. Varios de sus personajes principales la pronuncian en un paisaje brillante, elegante y pulcro, pero en el que se palpa la tensión y un enfrentamiento en puertas. La serie de Jonathan Nolan y Lisa Joy dejó atrás sus medias verdades y juego de líneas temporales -al menos, de momento - para enfrentar su disyuntiva central.
¿Qué ocurre con la Inteligencia Artificial una vez que se libera de todo control? La serie intenta responder sus mejores preguntas y cuestionamientos desde una mirada inteligente y bien planteada sobre el libre albedrío. Pero decide hacer algo más: explorar sus múltiples y complejas posibilidades en un nuevo recorrido menos abstracto y más profundo que en ocasiones anteriores.
La premisa, esta vez, no se trata de la disyuntiva de la Inteligencia Artificial que contempla el misterio de su existencia. Tampoco los primeros indicios de un control violento sobre la mente y la voluntad humana. En la cuarta temporada de Westworld crece el interés en la naturaleza de un mundo en que los robots se confunden entre la multitud. La serie se mete de lleno en el cuestionamiento del poder y, más inquietante aún, en un mundo que sobrevivió al control total y que logró abandonar las líneas que sujetaban su destino.
El origen de William es un gran misterio
Siete años han pasado desde que Dolores (Evan Rachel Wood) destruyó el centro motor de un control fascista de la información. Maeve (Thandie Newton) sobrevivió y se oculta en las sombras, al igual que Caleb (Aaron Paul), ahora padre y esposo. En medio de lo que parece una tranquila visión de un mundo que se repone de sus heridas, hasta William (Ed Harris) tiene un lugar.
Uno que le condena a la oscuridad de un plan maestro cuyas líneas se muestran de inmediato, pero cuyo motivo no es obvio ni mucho menos predecible. De nuevo, la gran pregunta acerca del origen del personaje se convierte en una pieza macabra de una jugada maestra. Pero ¿cuál es su propósito? ¿Una venganza largamente acariciada? ¿Un plan maestro de dominio total?
Westworld no lo precisa de buenas a primeras, pero sí avanza con cuidado hasta sitios nuevos en la psique de William; cuando ve morir a un hombre que se corta la garganta o contempla un asesinato a sangre fría. Lo siniestro en la serie es más sofisticado y preciso que nunca. Un reloj cuyas manecillas avanzan a través de paisajes, habitaciones lujosas y campos de golf. William, esta vez, sabe qué necesita, cómo conseguirlo y en especial, cómo crear las condiciones para poseerlo. “El poder es un atributo, es un deseo. Es el centro del mundo”, dice, con la sonrisa tensa y el rostro sin expresión.
La doble vida de Dolores
William emerge en esta cuarta temporada como el mal en estado puro, aunque todavía no se revela su origen o su verdadera naturaleza. Mientras la serie insinúa desde sus primeras escenas que robots y seres humanos se mezclan en una inquietante convivencia secreta, William sigue siendo un enigma. Al mando de un proceso que puede ser de duplicación o de sustitución de figuras claves en una sociedad inocente, es, más que nunca, un agente de cambio. Uno lóbrego sin oposición, temor, inquietud o preocupación que se enlaza con la idea perenne de si William es — o no — producto de Westworld como hecho cultural.
Una de las cuestiones es si en algún momento se reveló que William es un robot. La pregunta surge en medio de la cuarta temporada de Westworld como un espectro. Asimismo, la consecuente idea que el mal — esta vez, no tecnológico o informático — toma diversos rostros. Hay algo inquietante en la figura vestida de negro que recuerda otra vez a la primera temporada. Al hombre escindido y lastimado que acudía a Westworld para arrasar con sus tormentos. Pero William es algo más. Es temor, es un violento vórtice de preguntas. Todas ellas sin respuestas.
Por el otro lado, Dolores vive en medio de una duplicidad que el argumento dibuja con pequeños fragmentos de información desperdigados. El primer capítulo muestra que el ciclo en su vida se repite. Que bajo el nombre de Cristina, vive una existencia apacible y calculada mientras imagina la vida de otros. Pero Dolores/Cristina está en el centro de algo más violento, más inquietante y tenso. Una y otra vez, el peligro parece acecharla. El reconocimiento de otra vida -o hasta de otra personalidad - que subsiste bajo su pulida apariencia. Dolores es, de un nuevo, un títere de algún poder desconocido. Esto es, al menos, lo que la serie cuestiona en su primer capítulo.
‘Westworld’: un plan maquiavélico
Westworld, al parecer, ya no juega con sus líneas temporales. Tampoco con las intenciones de sus personajes. Las preguntas de la identidad de sus rostros más conocidos son de nuevo el centro de la historia. Eso permite a la serie un equilibrio intuitivo y bien construido acerca de los temores culturales colectivos. Westworld, que durante todo su singular tránsito por la televisión no prodigó sus secretos con facilidad, regresa con un guion elegante y eficaz.
“¿Quién soy?”, fue una de las frases más frecuentes durante la primera temporada de la serie Westworld en el 2016. Un cuestionamiento inconcluso que sostuvo los hilos de todo el argumento hasta el último plano. Además, ordenó las piezas para la llegada de la rebelión de la vida artificial. El enclave insular del parque temático más sofisticado de la televisión se convirtió en el núcleo de una conjura enrevesada y complicada. No solo se trataba de un cuestionamiento sobre la identidad, el temor y la percepción del individuo con toda su carga filosófica. También la manera en que Westworld jugó con los roles y cánones tradicionales de la ciencia ficción.
Para su cuarta temporada, Westworld regresa a la misma pregunta. A la misma mirada preocupada e inquieta sobre la naturaleza de sus personajes. Con mejor ritmo, tono y un discurso más tenebroso, la serie encuentra su mejor momento. Uno tan poderoso que muy pronto se convierte en un tránsito hacia algo más siniestro a punto de estallar.
Si en la tercera temporada fue una máquina, la salvó a los seres humanos de una máquina, en la cuatro un hombre parece a punto de entregar el mundo al caos. ¿Cumplirá la serie con su ciclo brillante? De una primera temporada formidable a dos cuestionables y a una cuarta que se anuncia apasionante, Westworld se plantea la misma pregunta. “¿Quién soy?”, dice Cristina/Dolores. Un cuestionamiento que se replica una y otra vez cada capítulo de la temporada.
Fuente: Hipertextual