Por Rafael Calderón
Se cumplen diez años de la trágica muerte del poeta y traductor Guillermo Fernández (1934-2012); asesinado vilmente en su casa de Toluca, el 29 de marzo de 2012. Ante el silencio y la casi eterna falta de justicia, el nunca esclarecimiento de su asesinato, en su memoria quiero extender la invitación a leer su poesía y sus traducciones del italiano. Para esto, quiero recordar que la huella de su poesía es permanente, sus traducciones existen y sirven para leer con pasión casi toda la poesía de Cesare Pavase; de Eugenio Montale Sobre la poesía; asimismo, los Ensayos literarios de Giuseppe Ungaretti; la antología Veintidós poetas italianos que lleva como subtítulo: Para el bautismo de nuestros fragmentos, con un bello prólogo de Stefano Strazzabosco; o la lectura de los volúmenes de la precisa, brillante y hermosísima colección La canción de la tierra destinada, fundamentalmente, al rescate de obras literarias clásicas, pero soslayadas por la industria editorial; obras clásicas que, en la mayor parte de los casos, sólo se conocen por referencias o por algunos fragmentos peregrinos en la historia de la literatura, y cuyo cabal conocimiento es imprescindible para ampliar la visión que tenemos del hombre y la literatura universal, y en esa lista, entre otros títulos, incluye Poesía de San Juan de la Cruz; Lighea. Un siglo de cuento italiano; La amorosa iniciación de Óscar Wladislas de Lubicz Milosz; Escritos literarios de Leonardo Da Vinci; Reflexiones literarias de Leopardi.
La huella de su poesía es amplia, profunda, con la precisión de que hay que decir que escribió poemas únicos. Los títulos individuales son Visitaciones (1964); La palabra a solas (1965); La hora y el sitio (1973), Bajo llave (1983); Exutorio (1998); Expósitos (2008); Arca (2010). Sobresalen cuatro antologías: El asidero en la zozobra, selección y prólogo de Sandro Cohen (1983); Imágenes para una piedad (antología personal, 1991); La hora y el sitio / Bajo llave, con presentación de José Francisco Conde Ortega (1992); Isabel Estambul Nueva Zelandia, selección y prólogo de Hernán Bravo Varela (2003); asimismo, Exutorio. Poesía reunida 1964-2003, con prólogo de Bravo Varela (FCE, 2006); Arca. Poesía Reunida, prólogo de Jorge Esquinca, en Clásicos Jaliscienses (2010). Para recordar que “en esas 300 páginas, el lector encontrará una voz que rehúye a toda costa la floritura verbal y el alarde metafórico”.
Si la primera reunión de toda su poesía seduce y embelesa, desde mucho antes, sus versos apuntan a reconocer ese recóndito cobijo de la meditación; cuyo mayor encanto sucede al buscar la esencia y oír que es reconocido en todo el mundo hispano por sus sobresalientes traducciones de poetas italianos que, a partir de 1983 figuran en el título de Bajo llave del apartado “Retratos de familia“ incluyendo traducciones de Dino Campana, Umberto Saba, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo y Mario Luzi y de éste, se sabe muy bien, había realizado poco antes, una selección antológica de su poesía, unánimemente elogiada por la prensa de México e Italia.
Por si fuera poco o escasa la información, hay que reconocer que desde edad temprana confirma lo trágico en su biografía: nació el 2 de octubre de 1934, en Guadalajara, Jalisco y su libro La hora y el sitio recupera su testimonio personal del movimiento estudiantil del 68. Pero, antes, hay que recordar fue “vagabundo desde muy joven, pasó varios años de su niñez entre poblaciones indígenas de Michoacán después de escaparse de la casa paterna. Luego de reencontrase con el terruño y la familia, volvió a perderse, ahora por los mares, cuando se enlistó en la Marina Nacional. Habiendo convivido con religiosos ilustrados desde su primera fuga, se enamoró de los clásicos españoles y aprendió de memoria grandes partes de la poesía de San Juan de la Cruz y la de otros místicos. Ya instalado en tierra firme, sobrevinieron los años de la lucha política y poética: el trotsquismo, [y lo mejor de su vida] el encuentro con Pellicer y Cernuda…” y, seguir recordando que vivió “un ambiente familiar en el que la conversación diaria hería su sensibilidad con palabras arcaizantes, musicales y provocadoras, y la temprana lectura de San Juan de la Cruz y la Divina Comedia favorecieron su vocación de poeta”. Éstos datos, agraciadamente, permiten conocer una parte fundamental de su biografía para ahondar: “en la adolescencia abandona la casa paterna para recorrer mundo”. Por las diversas travesías fuera y dentro del país desempeñó diferentes actividades: marinero, ayudante de cocina y guía de turista.
Pero en cierta etapa de su vida terminó por darle un giro afortunado, realizó estudios formales de lenguas y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y cursos de civilización italiana en Universidades de Perusa y Florencia, y se impuso la disciplina durante una década de aprender italiano y traducir sus poetas. “Sin mecenas que lo patrocine, sin instituciones que lo apoye, el poeta de Visitaciones organiza un plan de diez años para radicar un año en Italia y otro en México”, como señala Ernesto Lumbreras y agrega: “cuando finalmente regresa, en diciembre de 1984, confirma su proyecto de vida -la poesía como forma de estar y de ser en el mundo- cuyo cumplimiento cabal y paulatino lo habrá de convertir en nuestro traductor por excelencia de la literatura italiana”. En ese orden de evocaciones, resulta precisa la descripción de Vicente Quirarte: “en la búsqueda incesante de ese fragmento del discurso amoroso que todo verdadero poeta intuye y da vida, Guillermo Fernández ha salido victorioso”; ante esto, imposible no ir a los versos del poema “Hablando a Cernuda”, consolidar esa lucha entre el lenguaje y recordar que la soledad es soportable y que encierra para Fernández un extremo de gran pasión.
Así, con esa carga de imágenes, acentúa su condición de poeta; desde la poesía y la traducción dejó una obra personal y duradera. Lo describe con precisión Michele Giacomo: “ajeno a cualquier retórica específica, a cualquier forzadura manierista, ese canto de gran aliento, tan delicado y desgarrador, se esfuma en el sueño gracias a una concreción elemental de imágenes: es el mito, de Leopardi a Baudelaire en adelante, común a todos los modernos; es la nostalgia universal de un Edén perdido, de ´un reino lejano´, que la poesía evoca y hace resplandecer como por un milagro”. El mapa, en ese país interior de Guillermo Fernández es, primero, su poesía, donde traza ese recorrido como una devoción esencial con versos y estrofas de gran aliento, deja ver el territorio de sus soledades y sus desencantos, matices muy personales, deja ver su honestidad ejemplar y su “enseñanza apasionada”. Ante todo, fue un poeta contundente: en esencia, cada verso que escribió es fiel reflejo de su biografía y el mapa de estancias y viajes. El poema “La mano morena en el mantel blanco” evidencia algo de esto, no deja que suceda el olvido, ni sucede la omisión: “Señora,/ arrulla a tu pequeño,/ aduérmelo en tus manos poderosas./ Del manto que cobija la Tierra/ hay un pequeño pliegue para él,/ una caricia de tu mano protectora./ Quiso vivir entre los hombres,/ alertar en su sangre el poderío de la luz/ en un mundo pálido y helado,/ aligerar la carga del grave amor./ Lejos de ti,/ a los primeros pasos aprendió/ que los muertos bajo tierra/ hablan de cosas menos tristes que nosotros;/ que quien vive tan sólo para el sueño/ se convierte en un sueño que camina.” Para sintetizar y romper ese cerco y leer los poemas que propone Hernán Bravo Varela como extensión de la antología estricta con poemas como “Nocturno por un silfo”, “Carta de Nonoalco” y “Ninní”. Mientras que el registra por sus traducciones lo describe muy bien Stefano Strazzabosco: “éste es el catálogo o, mejor dicho, éste es un catálogo -lo escribe en el prólogo a la antología Para el bautismo de nuestros fragmentos- de la poesía italiana del siglo XX, porque su traductor, al igual que Leporello, no nos revela todas las conquistas del seductor don Juan, pero hablamos de las seiscientas cuarenta de Italia, las doscientas treinta y uno de Alemania, las cien de Francia, las noventa y una de Turquía y las mil y tres de España, deja ver claramente la magnitud de la amorosa hazaña, y nos asombra e inquieta”.
Así, retrospectivamente, el nombre de Dante sobresale en las traducciones del idioma italiano que lleva a cabo Guillermo Fernández. Aparecen poco o poco señales que permiten celebrar traducciones de este poeta tan sobresaliente. Lo que extrañamos de las traducciones de este poeta es que aún no contemos con un volumen y terminar por reconocer la evolución y apreciar su condición de especialista excepcional del poeta italiano más destacado de todos los tiempos. Logra Ernesto Lumbreras hacer esa síntesis y sugiere necesario recuperar la antología histórica de seis siglos de poesía italiana, de Dante a nuestros días, que está en el limbo o finalmente perdida: ya que poco antes de su muerte, entregó el original al FCE para su dictaminación; es un tomo de poco más de mil 200 páginas en las que trabajó por cerca de 40 años. De los apuntes autobiográficos de mediados de los años 80, extrae Lumbreras información oportuna para confirmar que posee un ejemplar de las traducciones de los primeros XIII cantos del Infierno de Dante Alighieri. Además, como el propio Fernández lo cuenta, que fue un encargó que le solicitó Guillermo Samperio de parte de la SEP y que se publicaría en Trillas en 1981. El primer terceto del canónico poema los tradujo así: “En medio del camino de la vida/ habíame extraviado en la selva oscura/ por apartarme de la senda recta”.
Esta evocación, me lleva a recordar una vez más que, Guillermo Fernández leyó sus poemas en la ciudad de Morelia, en diferentes sesiones del Encuentro de Poetas del Mundo Latino, y con la lectura de su poesía acentuaba la realidad de ser ante todo un autor discreto y prudente. Su presencia lo encaminó a alcanzar ese acometido: por sus poemas reconocerse como un autor clásico de la poesía mexicana al escribir y traducir con tesón entre dos siglos: desde la segunda mitad del siglo XX y llegar hasta el fin de éste y continuar esa práctica del encuentro con el lenguaje, explorar con estilo, para la primera década del siglo XXI, hasta que inesperadamente sobrevino la noticia de su muerte, hace una década, e irse entonces a naufragar a la eternidad junto a los místicos y de su adorado San Juan de la Cruz. Al final de sus días, Arca. Poesía reunida es la edición más completa, la que termina por confirmarlo como uno de los autores más importantes de la poesía mexicana contemporáneo.
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