Por Pbro. Gregorio López Geronimo
“¿Hasta cuándo Señor, hasta cuándo?…”
“Y en cuanto llegue la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades…”
Al pueblo de Dios que peregrina en este valle de lágrimas, donde la misma claridad es sombra.
Nosotros, sacerdotes miserables y pecadores, denostados por la opinión pública y por nuestra inconciencia de haber aceptado un misterioso llamado, queremos hacer sentir nuestra humilde palabra.
Nosotros que bautizamos a sus hijos, educamos a las comunidades, asistimos a sus enfermos en su agonía para brindar alegría, esperanza y consuelo; nosotros que asistimos a sus fiestas y los acompañamos en sus bodas, aniversarios, celebraciones y que cuando el dolor llama a sus puertas los confortamos y en nombre de Cristo liberamos sus conciencias de los pesados fardos que la culpa impone.
Nosotros, a quienes no importan las distancias ni las fatigas, ni amedrentan lo escabroso o soledad de los caminos que nos hacen vulnerables y que sin buscarlo nos damos cuenta del quién, cómo, dónde la maldad reside para esparcirse por las comunidades sembrando dolor, llanto, luto, miedo y terror en sus familias con crímenes atrozmente cometidos, que rebasan los anales de la historia de nuestro pueblo por su brutalidad y terquedad.
Nosotros, que día a día convivimos con el peligro y nos sorprende la noche sin la certeza de saber si tendremos otro día la oportunidad para realizar nuestro ministerio, con estupor, indignación y profundo rechazo, con la muerte cotidiana de tantos hermanos nuestros y la acaecida con nuestro hermano MIGUEL GERARDO, constatamos que cotidianamente el “dios de la muerte” (apatzi), sigue campeando a sus anchas por este Valle de Tierra Caliente ante la mirada, si no complaciente, sí disimulada de las autoridades a todo nivel, de todo tipo y toda jerarquía, y el silencio cómplice de las mismas que por ineficacia, temor o prudencia, han dejado que “esta máquina que asesina” no frene su marcha.
Constatamos que de poco sirvieron los intentos del legítimo movimiento social de las autodefensas reclamando el principio y derecho fundamental de respeto a la vida y su salvaguarda y que el mismo gobierno haya sido quien lo prostituyó, argumentando ser el único con tal prerrogativa y con este pretexto nos haya colocado en una situación permanente de lucha por los territorios para obtener el control total de la droga e ilícitos a ella conexos por la que familias enteras, comunidades, pueblos y ciudades hayan sido expuestas a una situación de total indefensión con una policía tan fuertemente armada como ineficaz, más preocupada en recabar multas que auxiliar y proteger a las comunidades.
Constatamos que el mundo de los políticos es aquél fabricado en los pacíficos lugares detrás de un escritorio en el marco de la paz miope que otorgan las visitas raudas y fugaces en las que hacen caso omiso del clamor del pueblo y de las alertas internacionales, argumentando que los hechos violentos son cuestión de percepción, rachitas, hechos aislados y no una realidad continua plagada de ejecuciones, levantones, desapariciones y asesinatos en plena vía o lugar público y que el sistema de cuotas poco a poco se va recuperando.
Como dijera Heminway “cuando alguien muere, algo de nosotros muere con él”. El atentado contra el padre Miguel Gerardo, constituye un agravio intimidatorio más contra los sacerdotes, en ocasiones último baluarte de defensa y resquicio de humanidad.
Con dolor, indignación y no sin temor, deseamos pronunciar ante la comunidad nuestro enérgico rechazo a tales acciones y si los pastores que deberían advertir al pueblo de los peligros del lobo no lo hacen, nosotros queremos denunciar que todas estas acciones, las cometidas contra este sacerdote y otros sacerdotes y las cometidas contra miles de víctimas en nuestras comunidades son contrarias a la voluntad del Creador, son sangre vertida en la tierra que clama justicia al cielo y constituyen usurpación del derecho primigenio y fundamental a la vida y por tanto son delitos de lesa humanidad. Nuevamente nos hacemos eco del grito
“Por favor, que pare la máquina que asesina”,
que el asesino, en sus ratos de cordura recuerde, que él será llamado a juicio por Aquél Tribunal Supremo que no admite sobornos ni componendas; que la vida, ni propia ni ajena, NO LE PERTENECE y disponer de ella, es atentar contra el Creador. La vida es un don, un festivo don de Dios.